A propósito de las próximas elecciones
La democracia en el Perú, una cuestión de fe
articulo publicado en el Sol de cusco en la quincena de diciembre del 2005

A menos de cuatro meses para las elecciones generales las encuestas centran su atención en la clásica, conservadora y sesgada pregunta de ¿por qué candidato votaría usted? induciendo a la ciudadanía a sólo escoger entre lo propuesto, negándosenos la posibilidad de abstraernos y reflexionar entorno a si ¿de algo servirá nuestro voto en las próximas elecciones? o, ¿algo va a cambiar gane quien gane?

Cuestionar la viabilidad del sistema democrático que nos toca padecer no es subversión, es buscar dentro del sistema soluciones a largo plazo que nos permitan elegir a nuestros representantes con algo más de seguridad. Después de 20 años de democracia el único tema ad portas de las elecciones es el de la preferencia electoral. Como si todo anduviese sobre ruedas. ¿No es admisible la mínima sospecha de que algo malo sucede a nivel estructural y que no se trata simplemente de nuestra mala suerte a la hora de elegir? o, acaso es casualidad que, de los cuatro últimos presidentes electos democráticamente, los cuatro hayan concluido sus mandatos al menos sin lograr alejar al país de la extrema pobreza y que se haya vuelto un sentido común vincular la política con el robo, el despilfarro y la mentira. La pregunta sería: ¿cree usted ciudadano del Perú, que las cosas van a cambiar se elija a quien se elija?

Nuestro fútbol es el ejemplo adecuado. La hinchada (el electorado) no pierde la fe en la selección (la democracia) hasta que las matemáticas (nuestra realidad política) nuevamente nos traicionan. Nuestra selección de fútbol no tendría porque ser mejor (ni siquiera cambia de dirigentes) sin embargo, cargados de ilusión esperamos cada proceso eliminatorio al mundial. Lo mismo con la democracia. El próximo gobierno no tendría porque ser mejor (ya que estructuralmente no se dan verdaderos cambios) sin embargo la fiesta electoral ya se percibe.

Si alejamos la fe de nuestro análisis político nos bastaría haber vivido los últimos cinco procesos electorales para saber que poco o nada va cambiar. Siempre vamos a acabar avergonzados de nuestros gobernantes, de sus familiares y de sus Congresos de turno. Pero el Perú es un imperio de la fe. Y con la misma esperanza con que eligió a la derecha a inicios de los ochenta, a la centro izquierda luego, y a los outsider en los noventa, acudirá a las urnas el 9 de abril del 2006 a elegir a su nuevo Mesías.

Hay que ser positivos y creer que nuestra democracia está descompuesta. No funciona bien. Y que el desperfecto se deba a la falta de protagonismo ciudadano, que no vigila adecuadamente a sus autoridades. Pero, ¿existen los mecanismos que nos permitan ejercer un control efectivo sobre nuestras autoridades, como sancionarlas o revocarlas cuando sea necesario y no esperar la conclusión de sus periodos para que recién la justicia los encare? o algo más complejo aun, ¿qué nos garantiza la no repetición de actitudes políticamente mediocres y mezquinas, que sin llegar a ser delitos se suceden a diario y entorpecen nuestra alicaída actividad democrática? o sea, ¿qué nos garantiza que nuestro próximo Congreso no se incremente groseramente el sueldo, o que la familia del presidente viva en la impunidad gozando de los escasos puestos de trabajo, o que nuestros vicepresidentes impulsen leyes que sólo benefician a sus enamoradas? El precio político que supuestamente pagan no es más que un eufemismo de impunidad. La incredulidad de mejorar tras cada elección es mayor cuando constatamos que los candidatos son los mismos desde hace más de 10 años. Ni cambian las condiciones ni los políticos. ¿Qué verdaderas esperanzas de cambio nos esperan?

Humala es ahora lo que Toledo fue el 2001 cuando cautivó a todo el Perú con su envidiable biografía y sus rasgos autóctonos. Hoy no falta el día en que, el mismo pueblo que lo eligió se sienta avergonzado de su mal cálculo. El 90 Fujimori nos vendió la idea del japonés trabajador opuesto a la derecha representada por el FREDEMO. Dos años después cerró el Congreso (que merecía cerrarse pero igual no se hace), tuvo como asesor a uno de los personajes más nefastos de nuestra historia republicana, renunció por fax, y actualmente es perseguido por la justicia por una serie de delitos que incluyen los de lesa humanidad. O como en el 85 cuando García captó el voto femenino y engatusó a la mayoría con su verborrea de centro izquierda sobreponiéndose ampliamente a una izquierda poco moderna, para luego, en un par de años, llevarnos a sobrevivir una de las hiperinflaciones más espectaculares vistas sobre la faz de la tierra. O como cuando en el ochenta volvimos a la democracia con Belaúnde, democracia inclinada hacia la derecha pero democracia al fin. Fernando Belaúnde, el mismo que años más tarde confesara que arrojaba los informes de Amnistía Internacional directo a la basura ni bien recibidos. El mismo que permitió la guerra sucia que dejó como saldo miles de campesinos muertos.

Son nuestros votos los que eligen. No hay que ser muy memoriosos y si bastante honestos para admitir, así sea en nuestro fuero más íntimo, que ya estaremos arrepentidos al menos del 90% de los candidatos elegidos por nuestro entusiasmo.

Qué se puede hacer
La justicia debería ser un factor disuasivo, sin embargo nuestro Poder Judicial no es un ejemplo de eficiencia y su tan añorada reforma por ahora no es más que una utopía. Desde los partidos también se podría ejercer un control sobre las autoridades electas. Hay una Ley de Partidos desde el 2003. Sin embargo existe una lenta o casi nula renovación de cuadros mientras que las elecciones internas no alcanzan a ser un buen ejemplo de ejercicio democrático.

La tarea de la sociedad civil sería construir gradualmente mecanismos de control, (y utilizar los existentes) planificarlos a largo plazo, que trasciendan la coyuntura, y que estén orientados a garantizar la no repetición de las prácticas que caracterizan nuestra política. Esa sería la verdadera tarea democrática. No ir a votar en sí. Ya que no basta con elegir para luego darnos a la esperanza, sin considerar que conservamos las mismas reglas de juego que son las que en cierta manera permiten o promueven nuestra desgracia política.

Los presupuestos participativos y la revocatoria de alcaldes son un ejemplo de injerencia y cogobierno en el asunto municipal. El gobierno central y el Congreso de la República aún serían el flanco descubierto. Un verdadero Acuerdo Nacional, donde se concentren las diversas fuerzas políticas y productivas, podría ser parte de un verdadero engranaje de control. Se trata de poder revocar congresistas, ministros a los que se les compruebe nepotismo o tráfico de influencias, etc. y a la vez, quitarle al Congreso su aspecto de botín de guerra.

¿Cuántas veces se puede decir: este sí es distinto, este sí es honrado, este es del pueblo, este otro no? al parecer varias, pues a nuestro heroico pueblo aparentemente sólo le queda la fe. Lo que nos haría suponer que no todos los dichos, por más sabios y antiguos que suenen, tienen que ser verdades universales y que al menos en el Perú y en su ejercicio democrático, la fe no necesariamente mueve montañas.
Efraín Agüero Solórzano